Herzog, Herzog, Herzog

9 09 2010

Acaban de estrenar «Enemigo Interno», un remake de la película de Abel Ferrara «Bad Lieutenant» (1992) con Harvey Keitel. Esta vez la dirección es de Werner Herzog y el protagonista Nicolas Cage.
No he visto la primera versión. Pero tengo que decir que esta película se defiende sola. Herzog se las arregla para transmitir la corrupción y la descomposición moral a la que ha llegado el personaje de Cage, quien está memorable en su papel.
Hay que verla definitivamente.





Bob Flanagan, supermasoquista.

5 08 2007

“La gente piensa que los masoquistas no son personas fuertes. El estereotipo es que son débiles y llorones, lo que no es cierto. El masoquista debe conocer su cuerpo perfectamente bien y controlarlo totalmente, para poder pasarle ese control a otro o para controlar su dolor. En realidad es una persona muy fuerte. Es la fortaleza que me sirve para combatir mi enfermedad”.
Bob Flanagan

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En 1994, el artista Bob Flanagan presentó una muestra de sus trabajos en el New Museum of Moderm Art de Nueva York. La exposición tuvo éxito inmediato y levantó mucha polémica. La noche de su cumpleaños 42, Sheree Rose, esposa de Bob filmó una entrevista en la que entre otras cosas ella repreguntaba a su marido si le gustaba estar en Nueva York, a lo que Bob respondió muy molesto: “No me gusta ni estar vivo”. Su afirmación podría parecer la réplica de un artista que desprecia el éxito, en realidad Flanagan tenía fuertes motivos par dar esa respuesta.
Bob había nacido con fibrosis cística, una terrible enfermedad que le da a los que la padecen una expectativa de vida no mayor a los 20 años, dos décadas llenas de sufrimientos y tratamientos penosos, frecuentes entradas y salidas a los hospitales, Bob había duplicado esa expectativa de vida y también sufrido por el doble de tiempo su enfermedad, así que probablemente no había nadie con mayor razón que él para quejarse de seguir con vida.
El arte de Flanagan tenía mucho que ver con esa actitud hacia la vida, de muy joven su inspirado catolicismo le había servido para tratar de reprimir sus poderosas tendencias masoquistas, sin embargo las ganas de satisfacerse mediante el dolor terminaron por derribar los muros que su religión le había impuesto y terminó por imponerle al Cristo crucificado el título de Primer Supermasoquista. A partir de allí su vida sería una carrera por llevar a los límites su filiación por el dolor.

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El tiempo traería presentaciones públicas en las que Bob asumía los roles de performer, músico, poeta y realizaba actos de masoquismo extremo. Estos actos resultaron siendo atracciones para la multitud así como osadas formas de darse a conocer como artista singular. Uno de los trabajos de Flanagan que más me ha impactado tiene que ver con una serie de retratos fotográficos titulada: “Muro del dolor” (1982), un grupo de primeros planos en los que se registra las expresiones de dolor y satisfacción en el rostro de Bob -ahora convertido en artista visual por derecho propio- en varias sesiones de masoquismo.
Flanagan, persona y artista, marcó la vida de otros seres empezando por su familia. Su madre al ver el libro que reseñaba los actos masoquistas de su hijo exclamó: “y dónde estaba yo cuando todo esto pasaba”, trataba de explicarse las razones por las que Bob había hecho de su personalidad masoquista un objeto de arte. A su vez, una joven canadiense que padecía de la misma enfermedad del artista, se convirtió en una acérrima fanática de su valor por ser y hacer lo que para otros podía etiquetarse como una forma pervertida de vivir. Sarah Doucette, tal era su nombre, no esperaba llegar a los 25 años de vida, al cumplir esa edad y felizmente casada, no podía dejar de agradecer la influencia que Bob había ejercido en ella al darle verdaderos motivos para seguir viviendo.

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En el documental “Sick: The Life & Death of Bob Flanagan, Supermasochist”, Flanagan aparece dando testimonio de su vida y su arte. El director Kirby Dick pasó mucho tiempo registrando las exposiciones y performances que Bob realizaba, y entrevistando a las personas más cercanas al artista. La película no se ha proyectado comercialmente en el Perú –tal vez nunca la estrenen- pero se puede conseguir en el circuito underground donde se vende una copia pirata del documental. En ella podemos ver los últimos días de vida de Flanagan, su muerte es un registro realizado por su esposa Rose en vídeo y fotografía, la última actuación de Bob en este mundo que por fin pudo dejar para que lo suframos nosotros.

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GRACIAS

13 07 2007

 “Gracias por todo. Me distes lo que nadie (me) dio en la vida”
A.D.N. 02-07-06

dos veces gracias

He visto esta pequeña misiva pegada a un poste de alumbrado público. Un breve recuerdo dejado por alguien con muchas ganas de mostrar su aprecio por otra persona, un hombre o una mujer oculto en el anonimato, apenas reconocible sólo para el destinatario también anónimo.
A.D.N. son sus siglas, el dueño de ese “Gracias por todo” que no teme ventilar su ortografía defectuosa o su aparente olvido del año que transcurre. Debe haber sido muy discreto al pegar este mensaje en lugar tan público y a la vez -quizás- tan cerca del domicilio del objeto de su afecto o del camino que él o ella acostumbra tomar para ir al trabajo o volver a casa.
Pero este en realidad es un mensaje de despedida, un adiós más que un saludo, las últimas palabras antes de dar por cerrado el tema. Me imagino a la persona aludida por A.D.N., caminando por esta avenida de Pueblo Libre, y de pronto fijar su mirada en esa hoja de papel pegada a un poste oxidado, esas letras rojas hablándole a ella (porque algo me dice que es ella), reconociéndose en cada palabra, en esas letras mayúsculas, en esa fecha –errónea o verídica-. La veo acercándose más al texto, la veo levantando su mano e intentar arrancarlo de su soporte, luchando contra lo bien pegado que está y arrepintiéndose a continuación porque cómo podría sentirse mal por algo que ya dejó guardado en lo profundo de sí, la escucho diciéndose que tal vez a ella también le hubiera gustado querer olvidar de esa manera, dando las gracias por el tiempo pasado juntos. Por último la veo comenzando a caminar, alejándose de ese testimonio final de una relación, ese “mejor dejémoslo aquí porque no nos va a gustar lo que venga más adelante”.

Gracias

También me imagino a A.D.N. pasando de vez en cuando por aquí, apenándose al principio por ver su mensaje medio mutilado, pero luego conforme porque ambos (él y su nota) han logrado superar el frío, la garúa, las miradas de los transeúntes y ese viento húmedo que se lleva algo de nosotros al pasar, igual que poco a poco se llevará esas letras y esa hoja de papel. Ese mismo viento compañero nuestro que nos recuerda lo inútil que es soñar con la perpetuidad de las cosas.





Raconto

23 06 2007

laberinto

Caminaba esta mañana por el Campo de Marte, había pasado lentamente por una feria de artesanos provenientes de varias regiones del país y luego de visitar algunos puestos, salí con dirección al instituto Goethe, tomé esa avenida inútil que parte en dos el parque más grande de Lima, y tras unos breves pasos apareció silenciosamente a mi izquierda una extraña construcción. Discordante con el entorno general, resaltaba como un espacio gris enorme dentro de una masa verde conformada por árboles y pasto, era el “Ojo que Llora”, la obra de la artista peruano-holandesa Lika Mutal, actriz de formación que devino escultora al llegar al Perú en los años 70.
las ofrendas

Asentada sobre una explanada conformada por piedra chancada y cantos rodados dispuestos en forma de laberinto circular, el “Ojo que Llora” es una piedra de forma irregular que ocupa el centro de ese laberinto y tiene incrustada en uno de sus lados otra piedra esférica dispuesta de tal manera que pareciera ser un ojo que mira fijamente al visitante. De las junturas de ambas rocas mana un hilo de agua que le da a la escultura la apariencia de una naturaleza afligida.
Veo a dos mujeres pasando despreocupadamente por el monumento, se detienen a leer el solitario letrero informativo de la obra, la niña que viene con ellas parece más intensada en jugar con las pequeñas piedras que encuentra en el piso, no se percata de los nombres escritos en los cantos rodados distribuidos ordenadamente a sus pies, son los nombres de los muertos y desaparecidos durante los años del terrorismo.
nombres otros nombres

Lika Mutal tuvo una especie de visión que le dijo cómo debía ser este recordatorio de lo que no debe volver a suceder, recibió mucho apoyo para su empresa y también se levantaron voces en su contra clamando la desaparición de la obra. Así, entre puntos de vista muy peruanamente discordantes y después de tumbar algunos de los pocos pero necesarios árboles que necesita la ciudad, nació el “Ojo que Llora”.
Me quedo momentáneamente solo y comienzo a tomar fotos del monumento, dos vasijas al pie de la roca llaman mi atención, parecen dos continentes para ofrendas o “pagos” al estilo de las comunidades andinas, están vacías y sus paredes cubiertas por la ceniza. Otro grupo de muchachas venidas de algún instituto o universidad se acerca, parecen menos interesadas por la escultura que las mujeres que llegaron antes, conversan de sus cosas mientras observan la triste silueta de la roca, una de ellas le encuentra cierta semejanza con el perfil del novio de su hermana, todas ríen mientras se alejan. Me digo que tal vez son muy jóvenes para recordar, o para recordar que hay cosas que recordar.
el pequeño ojo

Uno de los ladrillos que circundan la obra está salido de lugar, quiero arreglarlo pero me contengo, prefiero poner sobre aviso al guardián y evitar que me culpe del aparente descuido de algún visitante anterior. Me pregunto antes de irme, cuánta gente pasa a ver el monumento, cuántos se sienten tocados por la obra, cuántos se detienen a leer los nombres de los desconocidos, cuántos asumen la reconciliación como un tema pendiente entre los peruanos. ¿Esa reconciliación que aguarda su momento necesita una obra como esta? ¿No deberíamos aspirar a alcanzarla primero? Tal vez todos deberíamos tener nuestro propio “Ojo que Llora” en cada casa y en cada pecho. Pienso en esto mientras me alejo, cruzo la avenida Salaverry, hay mucha gente caminando a mi alrededor, pensando en sus propios mundos, sospecho que la mayoría no sabe que detrás de esas rejas y esa loma cubierta de grama se esconde un lugar dedicado a la Memoria, memoria débil, colectiva, falsamente culposa, memoria blanca, roja, negra, amarilla. Memoria nuestra al fin.





tres conciertos tres

21 04 2007

En los últimos días he asistido a una serie de conciertos de artistas que cultivan estilos musicales muy diferentes entre sí. En marzo, acompañado por unos cuantos miles de personas más, pude ver a un músico como Roger Waters y su sorprendente show “The Dark Side of the Moon”. La sola aparición de Waters en Lima era ya algo inusual y muy esperado por sus fans, un globo aerostático de color rosa y con forma de chancho fue lanzado al cielo limeño y los espectadores nos sentimos transportados hacia el lado oscuro de la luna, volando sobre una nube de sonidos imaginados por el artista muchos años atrás. Fue una experiencia nostálgica, sonora y visual, algo que los fanáticos del rock quisiéramos ver siempre por estos olvidados parajes.

el chancho de Roger Waters

Semanas después asistí al concierto de EVOC (East Village Opera Company), una sorpresa muy grata, un regalo de cumpleaños que me dieron un par de amigos muy queridos. Si poder ver a Roger Waters en Lima era algo impensado tiempo atrás, tener en nuestra ciudad un grupo como EVOC era por decir lo menos, desacostumbrado. Esta compañía de ópera combina ese género con el rock-pop, el rap, y otros estilos; es una mezcla que pudiera parecer forzada a primera vista, sin embargo esta mixtura de géneros no es nueva (Jesucristo Superstar, Tomy, ¿nos suenan conocidos?).
EVOC
Como sea, mi amigo Rodo se sintió admirado al estar en un concierto sin tener idea de cómo sería la performance del grupo, tan solo con una canción escuchada previamente como referencia. Debo confesar que la primera parte del espectáculo no me entusiasmó demasiado, pero el transcurrir de los minutos y temas posteriores me transportaron a una serie de sensaciones que había experimentado pocas veces con otros grupos. En verdad EVOC dejó una huella muy marcada en los espectadores que llenaron el vértice del Museo de la Nación.
La semana que pasó me animé a ir al último concierto de esta serie, fue en el CC. de España, tocaron dos notables músicos polacos: Marek Cholonieski y Lucasz Szalankiewicz. Fueron tres performances de música electrónica, que –especialmente en el caso de Cholonieski- me dejaron la grata sensación de haber presenciado el correcto uso de los sintetizadores, samplers y la tecnología al servicio de la música, Cholonieski utilizaba células fotosensibles para elaborar variaciones sonoras que eran reproducidas por computadora.
performance de Marek Cholonieski
Fue maravilloso ver cómo la luz de una lámpara y su acción sobre un aparato tecnológico se convertían en sonido y música.
Aunque mis gustos musicales son variados, tengo cierta predilección por la música electrónica, especialmente por esa manera tan suya de sorprenderme con sus sonidos y la forma en que estos se combinan y complementan. Sin dudarlo diría que este último concierto me dejó un recuerdo más placentero, si tener que quitarle méritos a Waters y EVOC, pero bueno uno tira por el camino que más le atrae ¿verdad?





A treinta minutos de la casa de mis padres

10 04 2007

            Cuando empecé a dar forma a la idea de vivir solo, comencé por la premisa de que debía irme lo suficientemente lejos como para evitar que a mi familia se le ocurriese llegar caminando a hacerme una visita sorpresa – y tal vez hacer de la sorpresa una rutina-, pero lo suficientemente cerca como para –debido a alguna emergencia- pudiera ser yo quien llegase caminando a casa de mis padres. El viaje en bus estaba descartado para ellos. Por supuesto olvidé tomar en cuenta que mi padre, un hombre de casi 70 años, es muy aficionado a pasear en bicicleta y que en cualquier momento podría acercarse a mi nuevo espacio -¿estará bien ese nombre para esta pequeña habitación?- aunque eso no tendría importancia tratándose de él.

            Puse a prueba esa premisa casi seis meses después de mudarme, me quedé con los bolsillos en blanco, así que tuve que caminar al hogar de mis padres a ver si podía llenar el estómago con el almuerzo que casi seguramente mi madre no me negaría. Originalmente este blog iba a llamarse “A diez minutos de la casa de mis padres”, ese era el tiempo que yo estimaba me tomaría en llegar al lugar donde crecí… el título de estas líneas es más certero. Fue media hora de viaje paseando por las calles de Pueblo Libre y el Cercado de Lima: caminé toda la calle Valdelomar, crucé la Av. Bolívar y  al doblar por la calle Barcelona me encontré haciendo la misma ruta que me llevaba como hace quince años atrás a mi primer trabajo asalariado en una heladería del mercado de la Bolívar, yo era un estudiante de segundo año en la Universidad de San Marcos y conseguí ese empleo con el objetivo de comprar mi primera cámara fotográfica.

            Fue un mes de trabajo aburridísimo, despachando barquillos que se desmoronaban en las manos de clientes, para mi suerte ellos pensaban que yo no tenía la culpa de ver caer su helado al suelo y regresaban a comprar más. Caminando por la calle Barcelona sin querer me sumí en los recuerdos de lo más rescatable de ese mes, la música de radio Doble 9 que escuchábamos todo el día, Tobías, el administrador de la heladería, a quien años después volví a ver en televisión mostrándose en su nueva profesión: representante de luchadores de kickboxing, las meriendas que a base de helados y gaseosas nos preparábamos por las tardes, la simpática chica del Maxi –que hoy ha sido ocupado por un moderno supermercado- de quien no recuerdo el nombre, el olor de los jazmines de un jardín por el que pasaba de regreso a casa y que me acompañó todo es mes, la imagen de ese par de señoras muy mayores –hermanas, primas, amigas…- que tenían por costumbre pedir helados Cassata en un plato acompañado con miel de abeja, el maldito dolor en el hombro que sentía cada vez que debía sentarme a esperar a que algún cliente llegase.

            No me había imaginado que pudiera recordar tanto de un solo mes de trabajo. Llegando a casa de mis padres me percaté de que las cosas no habían cambiado mucho en todos esos años, yo mismo sigo siendo casi tan delgado como en aquel tiempo, mis padres continúan encontrando pretextos para enemistarse por un tiempo, tal vez algo que haya cambiado en algo sea esa cámara fotográfica que compré y que hoy he dado por perdida después de prestársela a un amigo. Lo cierto es que no hubiera podido acostumbrarme a ese trabajo como sí lo estaban los demás chicos de la heladería, la verdad no veía la hora de irme con la idea de hacer mi camino solo, como he tratado de hacerlo hasta hoy. Muchos años después sigo intentándolo, no sé si con éxito pero sigo intentándolo.